Saturday, September 30, 2006

CRÓNICA DE MI VIAJE A ARGENTINA

Miércoles, 21 de diciembre de 2005
Fueron seis largas horas de vuelo de las que, a diferencia de lo que mi marido dice, sólo dormí un par, a lo sumo. Me di cuenta que mi temor a volar aumenta proporcionalmente a los años que cumplo, que no quiero tener la sensación de caída libre porque temo a las alturas. Sobre las 4:30 a.m. hora local, empecé a ver un mar de luces desde la ventanilla. Era la primera vez que divisaba desde las alturas una de las capitales más importantes del mundo y la capital del estado de Buenos Aires, que alberga la mitad de 36 millones de habitantes que viven en 4 millones de kilómetros cuadrados, cuatro veces más grande que Colombia, pero con menos habitantes.
Descendimos del boeing directo al remis (taxi en argentino) que nos conduciría al aeroparque, de donde salen únicamente vuelos nacionales. El cansancio opacó en gran medida la emoción de estar en tierra, en el sur más sur que hemos estado. Al salir del Aeropuerto Internacional desembocamos rápidamente en una autopista de tres carriles a cada lado. Por un minuto me sentí en el país del norte, pero la curiosidad de continuar explorando la capital quedó aplazada hasta la tercera y última semana del viaje cuando regresemos de Bariloche.
Tomamos un vuelo que partió del Aeroparque a Mar del Plata. En 45 minutos comenzamos a ver cuadritos de distintos tonos verdes. Una vez fuera del aeropuerto el conductor del remis amablemente nos encimó un tour hablado a medida que nos conducía por la Patricio Rengifo Ramos, la avenida que bordea la costa. Este primer encuentro con el mar del Mar del Plata me remontó a mi primer encuentro con el océano cuando, a los nueve años de edad, mi padre me llevaba dormida sobre sus piernas y me despertó para anunciarme que habíamos llegado al Atlántico por la carretera que conducía desde Montería hasta Coveñas. Esa es una de las sensaciones que siempre quisiera tener cuando llego a un nuevo lugar. Sólo lo he sentido en pocos lugares como New York, Utah y Guanajuato. Siento como si fuera por una calle lúgubre, opaca y que al voltear la esquina se abre el panorama y se colorea el horizonte. Eso sentí al bajar bordeando la costa con sus balnearios llenos de sillas de playa esperando a los turistas. Del otro lado de la avenida, las casas y chalets en ladrillo recubiertas en piedra con techos triangulares y tejas de barro en distintos niveles me recordaron las casitas que pintaba en mis cuadernos de primaria.
Los taxistas con los que habíamos recorrido los pocos kilómetros en este país y la calurosa bienvenida de Andrea en el Resort RCT nos dieron muestra de la cordialidad de los argentinos. Esto me lleva al día tres de este viaje, a la librería Alejandría sobre la San Luís. Fernando parece ser el dueño de este lugar que comparte espacio con el café. Fernando es un cincuentón, calvo, barrigón, de sonrisa amplia y ojos azules. Él sabe cómo ganarse rápidamente a sus clientes. Se acercó a mis dos hijas y en menos de tres minutos ya las llamaba por su nombre. Felix, mi esposo, le compró a Juanita una agenda y al despedirnos les dio un beso.
Cuatro días más tarde llegamos a Puerto Iguazú sobrevolando la espesa selva. Al lado derecho del avión alcanzamos a ver una de las caídas de las cataratas. Es emocionante ver una de las maravillas de la naturaleza. Me pregunto cuánto les tardaría construir el aeropuerto internacional en medio de la selva y a 20 ó 25 kilómetros de la ciudad. Llegamos a la Avenida Victoria Aguirre, una de las vías principales de Puerto Iguazú. Bárbara, la guía, nos cuenta que la avenida lleva el nombre de una porteña que en 1901 llegó en la primera expedición en un barco a vapor a Puerto Iguazú, colonia militar. Tal fue su frustración por no haber llegado hasta las cataratas, que donó 3000 Pesos Fuertes, la moneda de aquella época, para que baquianos abrieran un sendero con sus machetes hasta los saltos.
En toda la frontera se ven unos 10 carros en cada fila, esperando cruzar al lado brasileño. Puerto Iguazú no se ve muy grande, aunque puede ser que sólo pasamos por las afueras de la ciudad; Foz do Iguacu, por el contrario, se ve como una ciudad medianamente grande. Me causa bastante gracia comenzar a ver las vallas en portugués: "Feliz Natao e Prospero Ano Novo", y escuchar hablar a los recepcionistas del Hotel Recanto: Buon dia, obrigado.

Viernes, 23 de diciembre de 2005
Nos costó mucho levantarnos ayer, aunque no tanto como hoy. Me duelen las piernas de la larga caminata. Cristina, la guía que nos acompañó en el tour del lado argentino, nos dijo que al final de la jornada habíamos caminado un total de ocho kilómetros. La primera parada en esta mañana, en la que probablemente estábamos a más de 30 grados centígrados, fue la Estación Central del Tren Ecológico de la Selva, que nos llevaría hasta la Estación Cataratas, parada en la que inicia la caminata de 1100 metros hasta la maravillosa Garganta del Diablo.
El ambiente se siente pesado y húmedo. Los turistas, que por la variedad de idiomas que escucho deben ser de muchas partes del mundo, se refugian bajo la sombra y calman su sed con los cientos de botellas de agua que se deben vender en las áreas de descanso. El sendero de 1100 metros se eleva sobre una estructura metálica instalada sobre las seis ramificaciones del Río Iguazú. Es maravilloso ver la amplitud de ese caudal, pero es más indescriptible la sensación que se experimenta al llegar al balcón desde el que se observan los Saltos Unión, Floriano y Santa María en la Garganta del Diablo, lugar donde los nativos pensaban que habitaba el demonio, porque asociaban la bruma con el fuego. Este lugar se traga a los desesperados suicidas que se lanzan y jamás vuelven a ser encontrados. Son 1780 metros cúbicos de agua que caen por minuto en esta maravilla patrimonio natural de la humanidad.
La siguiente parada es el cruce de los senderos que conducen al Circuito Superior y Circuito Inferior, donde decidimos hacer la gran aventura: un tour adicional que incluye safari por la selva abordo del Iguazú Jungle Explorer, en el que no vimos ningún animal salvaje porque, contrario a nosotros, estaban protegiéndose de los fuertes rayos del sol. Luego dimos un paseo en lancha a motor por los rápidos del río que nos acercó hasta el salto de los Tres mosqueteros y de los Dos Mosqueteros con ducha completa bajo las aguas del Salto San Martín. Esa fue la mejor parte del paseo, aunque durante las dos siguientes horas hayamos tenido que aguantarnos la ropa mojada porque nunca nos advirtieron que podíamos llevar las mallas (vestido de baño en argentino). Al descender de la lancha hacia el Circuito Inferior fue doloroso al contacto de nuestros pies descalzos contra el pavimento hirviente. Rápidamente nos calzamos y caminamos hasta el punto de encuentro con el grupo, sin dejar de admirar los saltos y la isla San Martín.
Llegamos hasta la zona de comidas, pero el único de los cuatro que comió un plato 'completo' fue Felix quien quiso probar la tan afamada carne de la Pampa. Las mujeres optamos por platos light porque el calor no provocaba nada más que una ensalada de verduras o de frutas.
Fue difícil pararse del comedor porque la hora y el estómago lleno no merecían nada distinto a una siesta. Pero con el espíritu de buen turista nos incorporamos para seguir a Cristina y a los pocos valientes que decidimos hacer el Circuito Inferior. La caminata fue suave y agradable, 35 minutos en la que los árboles nos dieron su bondadosa sombra. Disfrutamos de la vista de las caídas en dos balcones de los que observamos los Saltos San Martín, Mbigua, Bernabe Méndez, Bossetti y Dos Hermanas.
Hacia las 3 de la tarde, regresamos a la Estación Cataratas para tomar el tren de regreso al Centro de visitantes. Fue una jornada agotadora por la larga caminata y el sol que deja sus marcas en la piel, pero que bien valió la pena porque son imágenes fotográficas que creo me acompañarán toda la vida.

Lunes, 26 de diciembre de 2005
Vuelvo a escribir después de varios días de no tocar estas teclas, porque ser turista es bastante agotador y no deja mucho tiempo extra. El 23 de diciembre visitamos las cataratas en el lado brasileño. El bus nos recogió a las 8 a.m. Llegamos al Parque Nacional sobre las 10:30 a.m., después de recoger al resto del grupo en sus hoteles. Ingresamos al centro de visitantes, tan bien organizado que no tiene nada que envidiar a ningún parque de los países del norte. Es allí donde tomamos un bus turístico de dos pisos que recorrió aproximadamente 15 kilómetros hasta un sendero peatonal.
Los árboles al lado del camino nos protegieron del sol durante casi todo el recorrido. Sin embargo, el aire era caliente y húmedo. Carlitos, el guía en este tour, nos dijo que la temperatura máxima podría alcanzar los 40 grados centígrados. Para recorrer el sendero panorámico que bordea la línea del Río Iguazú es necesario caminar 35 minutos. Se llega a un balcón que obsequia, a la vista, un acercamiento a la Garganta del Diablo, y a la piel, un rocío de agua refrescante.
Antes de abordar nuevamente el bus turístico tuvimos la suerte de observar de cerca a una cuatí con dos de sus crías, pero por la repetida insistencia de los guías de ambos parques no nos acercamos ni para tocarlos ni alimentarlos por temor a una mordida, que te enviaría al hospital para que te apliquen una vacuna contra la rabia.
Almorzamos en el Restaurante Rafain, tenedor libre (coma todo lo que pueda en argentino), con una deliciosa variedad de platos y postres. Después de un tiempo suficiente para comer partimos para la Represa de Itaipú, la más grande de Latinoamérica. Es estúpido decirlo, pero los spillways, tubos alimentadores, son realmente ENORMES. Los muros alcanzan la altura de un edificio de por lo menos 20 pisos. La energía que esta represa produce alimenta el 25% de Brasil y el 90% de Paraguay, porque fue construida por ambos países en un convenio firmado en los años setenta. El tour terminó con la visita a Itaipú. Pensamos que quedó faltando el tour a Foz de Iguacu como decía el voucher, pero Carlitos, el guía perezoso, dijo que ese era el fin.
El 24 de diciembre un conductor de Cuenca del Plata, la casa de turismo, nos recogió a las 12:00 m. Chico Noroeste, un político de la zona, da su saludo a toda la ciudad en sus múltiples vallas deseando "A todos um feliz natao e um próspero ano novo". Del lado argentino entramos a tierra de jesuitas, la Provincia de Misiones, tierra colorada en la que el óxido de hierro te deja en los zapatos una mancha indeleble. El conductor nos condujo directamente al Aeropuerto Internacional Iguazú, construida a 20 kilómetros del parque nacional para proteger la selva. Nuestro avión despegó a la 1:30 p.m. divisando desde las alturas los kilómetros de árboles en este pulmón del planeta.

Miércoles, 28 de diciembre de 2005
El 24 de diciembre llegamos al Aeroparque Jorge Newbery. Con este aterrizaje ya sumábamos cuatro en esta terminal. Tomamos un remis que nos paseó por una de las principales avenidas de Buenos Aires con edificios de arquitectura europea. Llegamos al 525 de la calle Perú donde nos recibió Laura, la hija de Nélida, la dueña del hostal. Subimos al segundo piso por unas escaleras en caracol de mármol blanco y entramos a una salita en la que había cuatro mesas, un sofá, un computador con acceso a Internet para uso de los huéspedes, una barra y dos repisas con mapas y volantes de promoción de distintos locales, shows, y tours en Buenos Aires y sus alrededores.
La casa es una vieja vivienda construida en 1860 en el barrio San Telmo con un corredor de 50 metros con cinco cuartos al lado izquierdo y un solar y una cocina al fondo. Después de un corto descanso, salimos a caminar por la Avenida Primero de Mayo hasta la Casa Rosada, residencia presidencial. El centro estaba desolado, sólo se veían unos cuantos transeúntes que supongo iban de camino a algún barrio para celebrar la navidad con sus familiares y amigos. Compramos un helado; el mío era de crema americana y crema de leche con granizado. Caminamos hasta la Plaza de Mayo en frente de la casa Rosada donde nos entretuvimos jugando con un grupo de palomas que ya le perdieron el miedo al hombre, que antes que huir, te persiguen para arrebatarte las migajas de pan que saben llevas entre tus dedos.
De vuelta en el hostal disfrutamos de una cena navideña con la familia de Nélida, una pareja de españoles y un argentino y su esposa peruana. Era la primera vez que comía batata, algo parecido a la papa con un sabor dulzón. Nélida preparó una deliciosa berenjena al ajo y una lonja completa de carne al carbón. De postre sirvieron ensalada de frutas y clarité con cidra, más comúnmente conocido como jugo de manzana. Cuando sonaron las doce campanadas salimos al balcón sobre la calle Perú, vimos entre los edificios los reflejos de los juegos pirotécnicos, y volvimos al patio del fondo para dar las buenas noches porque el 25 viajábamos en el vuelo de las 6:30 a.m. con destino a San Carlos de Bariloche.
El 25 de diciembre avistamos a San Carlos de Bariloche sobre las 8:20 a.m. Fue un espectáculo ver los lagos de un azul índigo entre pequeñas elevaciones y quiebres geográficos con las montañas a lo lejos, aún con nieve en sus copas. Tomamos un remis que pasó por el centro de Bariloche a lo largo de la Avenida Ezequiel Bustillo hasta el kilómetro 8 donde viró sobre la vía que conduce a Cerro Catedral, uno de los centros de ski más grande de Suramérica.
Descargamos nuestro equipaje en la unidad 29, comimos un ligero desayuno en el restaurante del resort y, aprovechando que habíamos llegado temprano tomamos el bus que sale cada hora de Cerro Catedral hasta el kilómetro 8. Una vez sobre la Ezequiel Bustillo tomamos la ruta 20 hasta el Hotel Llao Llao, el más prestigioso de Bariloche, ubicado sobre el kilómetro 25 frente a Puerto Pañuelo. Llao Llao es una especie de tumor que le da al tronco de los cohiues, un árbol de la zona. La carretera hasta Llao Llao bordea el Lago Nahuel Huapi, vía llena flores silvestres como la retama, rosa mosqueta y lupinos morados, rosados y amarillos. Las distintas casas y bungalows en piedra y madera están destinadas para la hotelería, almacenes de artesanías y casas de té.
La vista desde el hotel Llao Llao deja sin aliento. Hacia la derecha se ve el Lago Moreno y hacia la izquierda Puerto Pañuelo, a orillas del Nahuel Huapi. El día era soleado y hacía calor. Aceptamos la invitación de una familia de Neuquén, provincia con mucha actividad petrolera, para caminar cuatro kilómetros a través de un bosque de pinos y arrayanes. Las ramas de los árboles forman túneles que protegen del sol y el suelo tiene una capa de hojas de distintos árboles. Fue una caminata agradable, aunque ahuyentando a los molestos tábanos. Caminamos dos kilómetros más sobre la vía principal, pero ya no había árboles que nos protegieran del sol. Casi ni tuvimos tiempo de despedirnos de esta familia compañera de camino para salir corriendo a alcanzar la ruta 10 de las 3:00 p.m. que nos dejaría de vuelta en el kilómetro 8.
El martes nos levantamos temprano para partir de Puerto Pañuelo en el Modesta Victoria hacia el Bosque de Arrayanes a las 10:00 a.m. El Modesta Victoria es un catamarán (barco en argentino) construido en Holanda. Lleva recorriendo las aguas del Nahuel Huapi por más de 30 años y, tras de ella, una fila de gaviotas que se acercan a los pasajeros que las alimentan desde la popa con galletas soda.
La primera parada fue el bosque de arrayanes. El cielo estaba nublado y el viento soplaba sin piedad helando nuestras manos. Recorrimos un sendero entablado admirando los troncos color beige tostado con una corteza que descascara dejando al descubierto vetas blancuzcas. En medio del bosque esta la cabaña Disney, una típica casita de madera en la que venden un reconfortante café caliente con scons, una masita horneada con cáscara de limón de la culinaria inglesa. Luego de 45 minutos regresamos al catamarán con rumbo a la Isla Victoria, un Islote a 35 minutos de Puerto Pañuelo lleno senderos con retamas, y gigantescos secoyas, abedules, abetos, aromos y pinos. Regresamos a Puerto Pañuelo a las 6:00 p.m. y el viento enredaba nuestro pelo y levantaba la toalla con la que me protegía del infame frío. Tomamos el primer remis que esperaba en el parqueadero del puerto con rumbo a Cerro Catedral.

Miércoles, 4 de enero de 2006
Hoy tomamos el Buquebus en Puerto Madero, Buenos Aires, para ir a Colonia en Uruguay. Es un yate con 7 filas de tres sillas cada una, bar, baños y duty free. A una hora de viaje se encuentra Colonia, una ciudad pequeña y tranquila, patrimonio de la humanidad. El casco antiguo no suma más de ocho cuadras a la redonda. Hay un pedazo de muralla y la entrada a la ciudad antigua es de castillo medieval. Lo mejor de este paseo es que puedo decir que navegamos el enorme Río de la Plata. ¡Son kilómetros de una orilla a la otra!
Al regreso a Buenos Aires, aprovechando que desembarcamos en Puerto Madero, caminamos a lo largo del puerto. Es una zona con una vía peatonal con muchos restaurantes. Claro que la variedad es casi..........NADA! Los gauchos no saben comer más que carne, carnita y carnota, con pasta, pastica y pastota y pizza, pizzita y pizzota. Mucha variedad, como pueden ver. Terminamos comiendo hamburguesa en Burger King.
Claro que no podía irme de Argentina sin comer el famoso Bife de Chorizo que comí ayer en Caminito, sector con dos o tres cuadras muy particulares con casitas de muchos colores. Era el barrio donde llegaban los extranjeros hace muchos años. Almorzamos al son de música en vivo con un guitarrista-cantante, un acordeonista y una pareja de bailarines.

Jueves, 5 de enero de 2006
Salimos con todas las ganas de recorrer la avenida Corrientes, zona en la que se encuentran un gran número de librerías. Sin embargo, después de haber visitado no más de cinco, las niñas (y Felix) comenzaron a acosar por almuerzo, así que tomamos un remis con rumbo a Palermo Viejo donde se ubica uno de los dos únicos restaurantes mexicanos que parece haber en todo Buenos Aires, con tan mala suerte que estaba CERRADO. No nos quedó otra opción que caminar una cuadra y entrar a un restaurante que habíamos avistado desde el taxi. Almorzamos en la sala amarilla, uno de los cinco espacios del lugar.
Para digerir el almuerzo, caminamos hasta la plaza donde inicia la Avenida Jorge Luís Borges, un pequeño parque lleno de cafés y artesanos y sitio de encuentro gay. Después de comprarle a las niñas un taxi-helado, helado artesanal fatto in casa o casero que decimos (es la única forma de hacerlas caminar un rato sin escuchar sus quejas), caminamos unas ocho cuadras en dirección a Avenida Santa Fe, trayecto sobre el que encontramos una casa en la que hay un pequeño aviso que dice "en este solar vivió Jorge Luís Borges.....".
En la noche fuimos al Viejo Almacén para ver el show de tango. El servicio de transporte que suministran a los espectadores nos recogió a las 9:30 p.m. El show comenzó a las 10:00 p.m. entre el primero de los dos tragos de champagne, vino, whisky o vodka que el lugar ofrece por los US$50 que cuesta la función. Durante dos horas, pasaron por la tarima bailarines, cantantes y músicos de tango. Un show digno de admirar y que solo un amante del tango podría describir por los pasos, los acordes y el vestuario tan especiales.

Sábado, 8 de enero de 2006
El viernes 7 de enero, nos levantamos a las 9:00 a.m. Las niñas estaban ansiosas por salir rumbo al Tigre, lugar no sólo famoso por los paseos en lancha que se hacen en el Delta del Río Paraná, sino por el Parque del Sol, un parque de atracciones a orillas de una de las bifurcaciones del río.
Tomamos la ruta 126 con dirección a la estación de tren en Retiro. La estación es un edificio antiguo de donde salen trenes para Tigre, Suárez y Mitre. Compramos cuatro tiquetes hacia Mitre y partimos en un viejo convoy sin aire acondicionado, 24 minutos más tarde de la hora programada. La vía del tren es estrecha y sucia y pasa por algunos lugares deprimidos de la ciudad.
Llegamos a la estación Mitre, la ultima de este recorrido, y de inmediato cruzamos por un pabellón para comprar los tiquetes para el Tren de la Costa, tren turístico que parte de la Estación Muapí y que pasa por nueve estaciones más antes de llegar a la Estación Tigre. Esta es una vía más agradable en la que se pueden observar los suburbios de las afueras de Buenos Aires y la línea de la costa.
Al descender del tren se ve el parque. Las niñas corrieron felices hasta la taquilla. Compramos tres pasaportes de 30 pesos que incluye todos los juegos. Las niñas y yo montamos en CASI todos los juegos (digo casi porque me resistí a montar en una montaña rusa llamada Boomerang), aunque repetimos tres veces en una montaña rusa que te deja boca abajo mientras cae. ¡Fascinante!
Salimos del parque a las 5:45 p.m. para alcanzar nuestra segunda clase de tango a las 8:30 p.m. con Mariana. Como ella, muchos bailarines viven de dictar clases de tango y de acompañar a sus pupilos a las milongas. Las únicas que nos atrevimos a tomar clases fuimos Juanita y yo. La clase estuvo muy bien. Aprendimos dos pasos más y, obviamente, practicamos los tres que habíamos aprendido dos días atrás.
El primer día de clase, comenzamos por sentir el ritmo de la música. Después de unos minutos, Mariana nos enseñó cómo desplazarnos. No se pueden separar las piernas, van muy pegadas hasta la rodilla; no se pueden mover las caderas; no se puede sacar mucho el abdomen hacia adelante; la mujer no se puede ir sola, debe esperar la señal del hombre. Fue difícil porque, como buena caribeña, no es fácil dejar la cadera quieta y mover sólo el torso. Además, es difícil esperar que sea el hombre el que te mueva para donde él quiera. Después de aprender el primer paso hacia atrás, aprendimos el ocho y luego el paso básico hacia adelante. Mariana nos felicitó porque dice que muchos sólo alcanzan hasta el paso básico. Es un poco frustrante de todas formas porque los colombianos nos creemos los super-bailarines.... pero nada que ver.


Domingo, 9 de enero de 2006
Hoy estuvimos en el MALBA y en el Jardín Japonés. En el museo hay obras de artistas argentinos y brasileros, principalmente. Hay algunas obras de uno o dos pintores venezolanos, cubanos, un cuadro de Frida Kahlo, uno de Diego Rivera, y uno de Fernando Botero.
Luego fuimos caminando, unas pocas cuadras, al Jardín. Es una obra donada a Buenos Aires por un arquitecto japonés. Hay un lago con unos peces enormes, con el que ya tienen negocio montado porque venden una bolsa de cuido del que no sólo comen los peces, sino también las palomas y un par de patos.
Hay un puente típico del diseño japonés, que conecta dos lados del lago, un par de esculturas en piedra y farolitos en madera identificables en su estilo. Corren hilitos de agua por varios sitios que caen o salen de alimentadores o pozos hechos con bambú.
Después de hacer el recorrido que incluyó parada en el vivero, tomamos un taxi que nos llevara a la Librería El Ateneo ubicada sobre la Avenida Santa Fe, una de las principales arterias que atraviesa la Avenida 9 de Julio, la columna vertebral de Buenos Aires. El Ateneo es la librería mas importante de Buenos Aires cuya edificación era un teatro (de opera, tal vez). Es impresionante cuando se pasa el lobby y se llega al interior de la librería. Hay un primer piso central y dos pisos más de corredores un poco estrechos con balcones antiguos que sobresalen con diseños pintados con color oro. Cuando se mira hacia arriba, hay una cúpula con pinturas como las de la Capilla Sixtina. La reacción de más de un visitante, incluyéndome, es ¡WOW!

Como lo bueno no dura, se llegó el día de partida. Dejamos la pampa argentina el domingo, 8 de enero de 2006. Tres maravillosas semanas visitando variedad de climas y paisajes que han dejado una huella imborrable en mi mente.