Tuesday, February 06, 2007

MEDELLÍN 2030

Ciudad mutante habitada por raizales y errantes que llegaron hace 30 años desde sus laderas. Fugitivos de la violencia que hoy son sólo historias de abuelos. Ciudad de la Eterna Primavera que ojeada desde el valle deja ver sus faldas llenas de verdor en el día y de lucecitas centelleantes en la noche.

Del nororiente al suroriente y del noroccidente al suroccidente. Nuevos centros descentralizados cuyos parques, unidades deportivas, bibliotecas y centros culturales convocan a formar sociedades instantáneas que se dispersan cuando llega la noche. Nuevas médulas de ciudad donde se congregan habitantes de distintas latitudes. Seres anónimos de una sociedad que trabaja en una red escolar en la que se comparten proyectos académicos y actividades pluriculturales, odas a las tradiciones y costumbres de nuestros pueblos.

En las calles los peatones caminan por los amplios andenes, esperan su turno para cruzar la calle y tienen prelación en esquinas sin semáforo. En el centro de Medellín los transeúntes recuerdan los años de antaño recorriendo la zona histórica llena de paseos peatonales en los que resaltan construcciones y fachadas del patrimonio arquitectónico en contraste con las altas torres de la zona bancaria y comercial de esta próspera metrópoli.

Lugareños y visitantes toman los distintos circuitos de la Turiruta que se especializan cada una en distintos atractivos de la ciudad: el A en parques y jardines, el B en museos y bibliotecas, el C en iglesias y cementerios y el D en barrios, como el Barrio Prado cuyas fachadas fueron recuperadas hace varios años.

Medellín ha recuperado su memoria y tiene un venturoso futuro. Sus habitantes ya no transitan las calles como fantasmas que huyen de una ciudad decadente. Los fines de semana los padres llevan a sus críos a un lugar distinto de la urbe para re-conocer su terruño. Los chiquillos no imaginan la Medellín de hace tres décadas. Nadie sueña con irse. De afuera nos ven como ejemplo del pueblo pujante que siempre hemos sido, pero a diferencia de antes, esta tierra labrantía de gente siempre amable no se lamenta ya más. Las heridas de la guerra han sanado y las miles de lápidas dejadas por la guerra han dejado de ser nuestro lastre. Somos ciudadanos legitimados por una ciudad que nos acoge en sus brazos y cuyo legado ha sido el progreso, honestidad y amabilidad.