Thursday, September 25, 2008

¡HAY PELEA, SEÑORES!
Foto original de Angela Patricia Zapata

Todo un ritual envuelve las noches de las peleas de gallos. Hombres y animales se concentran alrededor del circo de madera en donde muy probablemente acabará la vida de uno de los dos contendores alados.


“¡Nos iban a quitar el hijueputa permiso!”, contaba a todos los galleros que comenzaron a llegar después de las 7 de la noche. “Yo conozco a muchos políticos, pero yo no me comprometo con nadie, sólo nos dieron el permiso hasta las 12:30”, decía Fidel Tobón, gallero desde hace más de 25 años, perteneciente a la quinta generación de galleros de su familia y desde hace cuatro juez de este juego de azar.


En el patio trasero de Palo Grande, una fonda-restaurante ubicada en Envigado, se levantan dos carpas el último sábado de cada mes. Bajo una de las cubiertas, hay nueve anaqueles de piso con tres jaulas individuales cada una, una balanza colgada de uno de los travesaños metálicos y una mesa sobre la que calzan los gallos.


Allí está mi personaje. Me presento y encuentro a un hombre amable que sacude mi mano cálidamente. Tez canela, unos 42 años, mediana estatura, bozo y chivera.


Sus entradas pronunciadas, casi se juntan con la coronilla que ya ha perdido bastante pelo y sobre su cuello caen unos crespos sueltos que se balancean al caminar. Viste camisa azul rey con las mangas dobladas y varios de los botones delanteros desabrochados dejan ver una camándula de plata sobre el pecho. En el cinturón que amarra el pantalón de dril, lleva un estuche para el celular, otro para su navaja Cruz Blanca y una cadena que va hasta el bolsillo trasero izquierdo. Ajustada a la cintura, lleva una riñonera en la que guarda tijeras, un estuche de espuelas, esparadrapo, patapiojas y droga para los gallos.


Los galleros llegan con sus maletas, unas de lona y otras de cuero sintético. Fidel comienza por pesar cada uno de los gallos de cada cuerda. “3 libras, 4 onzas; 3 libras, tuerto; 3.5, Munerita … hágale pues hijo”, apurando a quien le ayuda a poner las aves en la balanza. Daniel Tobón, su hijo y asistente, anota en un tablero acrílico los números que Fidel le dicta. Él y sus asistentes deben asegurarse que los contendores de cada cuerda tengan pesos y edades similares para armar las peleas.


“Si calzamos los gallos, vamos ganando tiempo”. Pero los galleros se saludan y se pasean de corrillo en corrillo, seguramente hablando de temas que no trataban desde la última riña.


El ojo del buen cubero


Al igual que los toros, Fidel asegura que estas peleas vienen desde los tiempos del Imperio Romano. En Colombia, casi todos los gallos de pelea son de raza española y aunque a simple vista todos parecen iguales, Fidel afirma distinguirlos por su cresta y hasta por su cacarear.


Cuenta que una vez se le perdió uno de sus plumíferos. Un par de días más tarde, pasaba por una casa y escuchó un cantar. “Perdí entre tres y cuatro horas hasta convencerme de que era mi gallo. Toqué la puerta, pero la mujer que me atendió, me aseguró que era de su hijo. Me fui por la tomba y lo recuperé”.


Pero el gallo que Fidel más recuerda es un padrón que estuvo en peleas 16 años, que cuando ya estuvo muy viejo, decidió llevar a casa de su suegra. Días más tarde, le preguntó a la pariente cómo iba con la nueva mascota, pero la respuesta fue fría: “!Me lo comí!”. Estaba tan duro que lo tuvo en la olla a presión tres días. “Eso si me dolió”, recordó Fidel.


Cuando Fidel acaba de pesar a todos los luchadores, se pasea por el lugar. Mueve jaulas, reniega porque algunas no están en óptimas condiciones y saluda a los colegas de las distintas cuerdas que participarán esta noche: Campoamor, Arango, Munerita, El Sable, Carmona, El Chacal, Inresponsable, Jairo. “¡Quiubo, papito! Este jueves en Las Margaritas echamos 30 peleas hasta las 3:30”. “¡Quiubo vaquero!” – Fidel saluda a Luis Fernando, alias ‘Vaquero’, su segundo asistente y reconocido gallero de Occidente.


El ritual previo a cada pelea consiste en calzar al guerrero. El entrenador de la cuerda, Arango, es quien inicia la calzada de su primer contendiente. Corta pequeños pedazos de esparadrapo con su Cruz Blanca y, mientras su asistente sostiene al animal, él los va pegando alrededor de la espuela natural.


Prende una vela y comienza a llenar de cera caliente la patapioja o parrilla, la pone sobre la espuela natural y mete la de carey.


“Arango y Campoamor, señores”


A las 8:00 de la noche, todos los asistentes están ubicados en las graderías. Para estar en la fila VIP, se pagan diez mil pesos con lo que entregan un botón amarillo que se debe portar en un lugar visible. Fidel anuncia “¡Va la pelea! Arango y Campoamor, señores”.


Fidel hunde un limón en cada espuela como parte del reglamento para asegurarse que no tengan veneno. Los dueños salen del circo. “1, 2, 3, 4, 5. ¡Hay pelea señores!”, Fidel cuenta los cinco revuelos y se pone en cuatro dentro del ruedo para seguir atentamente la pelea.


Los bípedos comienzan a dar picotazos y a brincar el uno sobre el otro para engarzar al rival. Uno de los gallos queda en el suelo un tanto herido. Fidel toma un reloj de arena y lo pone a marcar. Pasados 30 segundos, se incorpora. “¡Se paró, se paro!” El asistente voltea el reloj. La multitud azuza. “¡Así pollo! ¡De ese cachete pollo!” Las plumas vuelan por el aire. “Muh, muh, muh, muh. ¡Así pollo! ¡Meta el pico!” . Fidel sigue en cuatro sin perder de vista a los alados.


Se dispara la alarma del reloj que cuelga de la mitad de la carpa anunciando que ya han corrido los primeros cinco minutos. Fidel grita –“¡No hay cambio de espuelas!”- Si se cae antes de los primeros cinco minutos, el gallero puede cambiarla, de lo contrario, debe terminar así la pelea.


El gallo Arango pega una punzada a la pechuga del gallo Campoamor. Fidel da la orden de poner el reloj de arena. El gallo no se para. “¡Gana gallo, señores!”. Arango gana el 97% del millón apostado. Fidel se queda con el 3% del envite. Después de la primera contienda, se hace un receso de 15 minutos. Fidel se acerca y me pregunta cómo me ha parecido la experiencia.


“Este gremio es muy jodido. Hay mucha envidia e infidelidad. Si gano, brinca más de uno. Si pierdo, brincan muchos más, alegres de que mis gallos también pierdan. Claro que los galleros son hombres de palabra. Lo que dicen, lo cumplen”, dice.


Veo a un hombre noble y sincero. “Es que todos los que me conocen saben. Yo no fumo, no bebo, pero me fumo mi marihuanita. A mi no me da pena decirlo”, confiesa.


Fidel caza la segunda pelea entre Campoamor y Arango, nuevamente. Un ayudante capotea con el “mingo” un gallo que usan para que los contendores entren en calor. Campoamor instiga desde la tribuna “Mordelo bien mordido. Jalalo pues, carajo”. Dentro de los cinco primeros minutos de la pelea, uno de los luchadores queda enredado en el otro al atravesarlo con una espuela. Fidel cuenta 10 instantes antes de destrabarlos. El gallo Campoamor se ve débil después del espuelazo. “Van diez mil a dos mil a la una, van diez mil a dos mil a las dos”.


Alguien desde la tribuna paga los dos mil pesos a Fidel. Es la llamada ‘bomba’ que se aplica cuando un gallo esta ‘llevao’. Si alguien no paga la bomba, el animal pierde. El gallo es finalmente atravesado por una espuela de un oído a otro y queda tendido en la alfombra roja. Campoamor pierde su segunda apuesta.


La quinta pelea comienza a las 10:10 p.m. La multitud está emocionada. Uno de los gallos hace una ‘canilla’ –golpe en los oídos- el otro pierde completamente el equilibrio y, en menos de cinco minutos, pierde por bomba. Corren 50 minutos más y mi personaje se empieza a ver un poco fatigado, pero se pone en cuatro para la novena pelea. Su camándula se balancea en el aire. En un esfuerzo por concentrarse, mueve su mandíbula inferior de izquierda a derecha, empuña su mano derecha y la apoya sobre el tapete….vuelve y la abre.


Vuelan las apuestas


Entre más avanzan las peleas, las apuestas, que van desde 50 mil hasta un millón de pesos, van y vienen, palabra de gallero. Miro a mi alrededor y calculo que en las graderías hay entre 70 hombres y 30 mujeres. Algunos de los galleros se acaloran y gritan con pasión desde su costado del ruedo. Fidel permanece neutral pero calmadamente pide cordura y respeto por el reglamento, especialmente cuando algún gallero silba o da golpes y manotadas al circo de madera.


Durante toda la velada, cambia de posición, camina alrededor del ruedo, cruza sus manos, ahora ensangrentadas, sobre su cadera sin apartar la mirada de los gallos ni dejar de orquestar las actividades de juez: marcar tiempos con relojes de arena, llevar el tiempo de la pelea, recoger las plumas que quedan sobre la alfombra roja, lanzar bombas, cazar apuestas…. “Espuela del gallo verde; falta plata pa’ este gallo, señores; gana gallo señores porque este gallo quedó sin espuelas; sin silbar, amigo. Aquí no se puede silbar; ¿Quieren que quede empatada la pelea? ¡Queda empatada señores, los gallos no dieron la talla!; Esas son las reglas, sino le gusta no vuelva”, dice el gallero.


La última pelea inicia a las 12:30 del nuevo día. Los gallos parecen no encontrarse. “¡Pico con pico!” Cae la arena del reloj. Fidel y su hijo los carean de nuevo, pero no se ven. Voltean el reloj de nuevo y los carean una vez más, pero no pican. Desde la tribuna gritan que debe ser un empate. Fidel espera pacientemente con su codo recostado contra la rodilla y la mano apoyada en su cara. Una vez más, los carea. “Así se pasa toda la noche, señores”. Los dueños de los contrincantes quieren esperar. Fidel y su hijo los carean, nuevamente. Los gallináceos pegan picotazos en el aire y se encuentran sólo por milésimas de segundos. Fidel suelta una gran carcajada al ver el desespero del público. Durante los últimos tres minutos, los gallos parecen ciegos, dan vueltas sobre sí mismos. Fidel se para y mira el reloj “¡Pico con pico señores. Pico con pico, señores!” Pelea empatada.


Son las 12:45 a.m. Fidel cuadra la última cuenta. Sale del ruedo, conversa con un grupo de galleros e intercambian números de celular para avisarse sobre las próximas fechas. Me acerco a Fidel y tiendo mi mano para estrechar la suya en señal de gratitud. Así como todos llegamos, nos desperdigamos en menos de lo que canta un gallo.


Publicado en el Peródico el Mundo

Domingo , 11 de Febrero de 2007