Monday, October 16, 2006

7 LIBRAS Y MEDIA Y 53 CENTIMETROS DE VIDA

“Será uno de esos jóvenes fascinantes que será muy determinado sobre cualquier cosa que quiera hacer. Enséñele desde temprano a tener disciplina y logrará buenos resultados.” Este fue el augurio de Caroll Righter, astróloga de El Colombiano para los que, como yo, nacimos un martes, 16 de enero.

Ese día, la página Medellín Social del referido diario contenía 15 anuncios, que comunicaban la partida o regreso de viajeros. “De su viaje de paseo a Bogotá regresaron el señor Henry Laverde Pineda, caricaturista de EL COLOMBIANO, y su señora Alicia Arias de Laverde, acompañados de su pequeña hija Marithza, después de pasar las vacaciones con sus familiares”. Esa semana, la Revista Corín Tellado publicaba su foto-novela “Aquel Recuerdo” y Valentino lanzaba su colección de primavera en la que imponía trajes de color blanco, cinturones dorados y faldas por encima de la rodilla. No fue en los almacenes Éxito, sino en el Almacén Xócimos, uno de los más elegantes y bonitos de la ciudad por aquella época, ubicado sobre Sucre, entre La Playa y Maracaibo, donde mis padres, Miguel Angel Gaviria y María Omeira Monsalve, compraron bañera, teteros y demás bártulos para la inminente llegada de su primogénita.

Los dolores que ocasioné a mi madre comenzaron más de 24 horas atrás porque, como buena obstinada, me resistía a salir de mi cómodo nido. Meses atrás, mi primípara madre había aceptado la quasi-imposición de mi padre de no trabajar para dedicarse a la crianza de su prole, decisión que yo nunca hubiese aceptado con tanta resignación, cuando 25 años más tarde di a luz a la primera, de mis dos hijas. Trabajó hasta que tuvo 7 meses de embarazo y los dos meses restantes la pasó bordando y haciendo el ajuar rosa porque, aunque el ecógrafo no se conocía o era un lujo, tanto mi padre como mi madre esperaban una niña. Katia, Natalí, finalmente se decidieron por Sandra. Mi hermano Miguel Ángel debió haberme cedido el puesto, dado que si hubiese sido él, le esperaba un tierno mameluco rosado.

El día transcurrió lentamente el 15 de enero. Una familia iniciaba el ritual de despedida a su duquesa, la otra daba la bienvenida a su primera princesa (15 años más tarde llegaría la segunda, Sol Melissa). Maria Francisca de Orleáns, Duquesa de Braganza, nunca terminó el desayuno que compartía con su familia en su casa de Lisboa. Mi madre a duras penas terminó el suyo. A pesar de que los dolores le habían comenzado desde temprano, dejó que llegara la noche sin contarle a mi abuela o a mi padre sobre las contracciones que aumentaban con las horas.

Como la ley de Murphy siempre es predecible, mi padre no llegó temprano del trabajo y mi madre, a regañadientes, sólo pudo esperarlo hasta las 8:00 p.m. porque mi abuela, María Betancur, una matrona recia y de temple, la obligó a salir hacia la Clínica León XIII en el Centro de Medellín. “Esta sociedad va de mal en peor. Vea esa madre soltera”, me imagino rumoraría más de un fisgón al ver a aquellas dos mujeres llegar a la clínica sin un barón responsable de la redonda panza.

Cuando mi padre llegó a casa de mi abuela, mi bisabuela, Carolina Jaramillo, le dio la noticia. Sin comer bocado, tomó un taxi con dirección al Seguro, pero el afán no fue suficiente, pues no alcanzó a ver a mi madre hasta el siguiente día porque ya la habían internado cuando llegó. Las interminables horas transcurrieron en la sala de espera. Mi abuela y mi padre permanecieron toda la noche sentados a cada extremo de una larga banca metálica sin decir nada. Llegaron a pensar lo peor. Mientras tanto en el cuarto, mi madre intentaba conciliar el sueño entre las continuas rondas de las enfermeras y la gritona vecina de cama que lanzaba estrepitosos alaridos.

“De 22 millones fue el déficit del ICSS en Antioquia en 1967” publicó el periódico El Colombiano en su edición del 16 de enero. Nunca podrá saberse si el déficit del seguro o su condición de primeriza fueron la razón principal para las largas horas de labor de parto de mi madre. Mi abuela y mi padre amanecieron sin saber ninguna información. “LOS ACOMPAÑANTES DE FULANA…DE MENGANA…DE PERENGANA”, salían las enfermeras a llamar a los acompañantes de las parturientas, menos a ellos (Ley de Murphy en juego, nuevamente).

Los dolores se hicieron verdaderamente intensos a las 8:00 de la mañana. Dieron las 9:00, las 10:00, y las 11:00 de la mañana, pero en vista de la desinformación y la falta de respuestas de las enfermeras, mi abuela se encolerizó y entró al cuarto donde encontró a mi mamá con fuertes contracciones y escalofrío. “¿VAN A DEJAR MORIR MI MUCHACHA?” gritó enfurecida. Una doctora, a lo mejor condolida con una de su misma especie, la hizo llevar a cirugía. En medio de una sala grande con cortinas que separaban las distintas camas, le hicieron un tacto para constatar que todavía se demoraba. Para acelerar un poco el proceso, otro obstetra decidió aplicarle Pitosín. Aún así, pujó casi tres horas más.

“¡Es niña!” comunicó el médico, finalmente. Big Bang, vi la luz por primera vez. Mi madre observó que el reloj de pared marcaba la 1:45 p.m. Sonrió y se quedó dormida por un par de minutos mientras le hicieron varios puntos de una episiotomía que dio paso a 7 libras y media y 53 centímetros de vida. “Cry baby cry, make your mother sigh, she's old enough to know better” (The Beatles, White Album 1968). Cinco minutos más tarde, mi madre me acogió contra su piel por primera vez.

“LOS ACOMPAÑANATES DE MARÍA OMEIRA MONSALVE” gritó la enfermera en la sala de espera. Mi padre y abuela materna subieron al cuarto 613 en el sexto piso donde celebrarían el primer acontecimiento familiar del año. “10 millones de Botellas envasó la fábrica de licores en 1967”. ¡Salud!
Mamá me cuenta que mi padre era el hombre más feliz y orgulloso de la bebita mas linda del mundo. Él, desde el principio, y contrario a la mayoría de los hombres de su generación, quería una niña. Nos visitaba antes de irse al trabajo, al medio día y por la noche durante los 8 días que mi madre permaneció hospitalizada por el esfuerzo que hizo las últimas tres horas del parto.

Al siguiente día, entre las 4:00 y 6:00 de la tarde, pasó por la clínica una romería que quería conocer a su nieta y sobrina: 10 tíos y tías maternas, todas las primas (mi madre había sido la primera en casarse de la camada con la que creció), mi abuela y tías paternas, Andrea López, y Consuelo y Blanca Cecilia Gaviria. También tuve la especial visita de mi abuelo materno, Moisés Monsalve, quien nunca osaba aventurarse por un hospital (30 años más tarde, uno de ellos fue su última morada).

El Colombiano de ese día publicaba en primera plana que a las 8:00 de la mañana habían sonado las campanas de regreso al estudio y anunciaba que el jefe del estado, Carlos Lleras Restrepo, lanzaba su “Gigantesco Plan Educacional”. ¿Se vaticinaba acaso que mi destino sería la educación? Aunque no estoy segura si los astros determinan la personalidad, definitivamente, siempre que se me mete algo en la cabeza, lo saco adelante con bastante temeridad. No se qué tan fascinante puedo parecerle a los que me conocen y creo que me faltó más disciplina cuando olfateé el piano, la guitarra y la pintura, artes que chapuceo sin ser experta en ninguna.

La última página del periódico del día de mi natalicio contiene la columna “Por la Radio”, la cartelera “Cines para Hoy” y la programación del Instituto Nacional de Radio y Televisión (Inravisión) que iba desde las 5:15 p.m. hasta su cierre a las 11:15 p.m. ¿De qué estarán llenas las últimas páginas de mi vida? A lo mejor, esta página 18 del periódico “de todos y para todos” sea el augurio que he idealizado.